Por Wenceslao Bruciaga
Milenio

Cuando vi por primera vez la portada sin censura del álbum No love deep web de los Death Grips, el combo de hip hop epiléptico y experimental oriundo de Sacramento, California, pensé: ni hablar, los bugas nos llevan la delantera.
Cierto, no estamos inmersos en una competencia, ¿o sí? A ver, no pasa día en el que no me lleguen notas que si el mercado rosa, que si el turismo gay. Que la derrama económica tiene que ver con esta fantasía de marca en la que a diferencia de los bugas, el estilo de vida gay —a falta de esposa e hijos— tiende a derrochar más la quincena en cosas bonitas, ¿simple perspectiva o competencia mercadológica?
Tan sólo quería lanzar una provocación, también en perspectiva, que se me vino a la mente cuando leí el último párrafo de La fragilidad del campamento: un ensayo sobre el papel de la tolerancia del escritor, filósofo y académico Luis Muñoz Oliveira, editado por Almadía. Libro fascinante, minucioso y neutral sobre ese verbo tan socorrido por las huestes gays, pero sobre todo por sus activistas, muchas veces incendiarios y obsesionados con la histeria políticamente correcta.
“El origen etimológico de la tolerancia es el término latino tollere, que significa soportar… Sin duda, esta regla de una tolerancia primitiva es la culpable de que se acuse a la virtud de ser tolerante, de paternalismo y de superioridad moral hipócrita. Pero los conceptos se redefinen, hoy no podemos entender tolerancia como mero soportar”, escribe L. M. Oliveira en su Fragilidad del campamento que salió al mercado en un momento más que oportuno, cuando la comunidad gay, cada vez más aceptada, se vuelve también más cruel con sus propias intolerancias internas y que pareciera no estamos muy dispuestos a contemplarlas. Como si con ello se nos cayera uno que otro teatro. 
El libro de Muñoz Oliveira nos puede servir de sano pretexto para redefinir conceptos como la homofobia y qué tanto hemos dejado de ser víctimas para convertirnos en homofóbicos inconscientes. “Pero, ¿por qué sólo podemos tolerar lo que no podemos rebatir o aquello que no tenemos razón para prohibir? Porque tolerar es permitir ideas y conductas, pero más importante todavía, desautorizarlas”.
Luis Muñoz, además, dedicó todo un capítulo a lo que él llama falsa tolerancia: “Las personas que guían sus actos a partir de esta falsa tolerancia actúan como si no tuvieran convicciones suficientemente fuertes como para enfrentarlas a las de los demás”.
¿Quizás por eso la comunidad gay, conforme la tolerancia se instala más en el imaginario colectivo (terminando por emular ciertas conductas de la masificación buga), más se acomodada en el confort del cliché ramplón, rechazando, discriminando todo aquello que de acuerdo a la mayoría rosa no sea estrictamente gay?
Luchar, plantearse la verdadera tolerancia es más complejo que tirarse al piso.
Y no dejo de pensar que fue un buga quien se concentró en escribir todo un libro sobre la tolerancia.

Enlace a Milenio