Por Sergio Huidobro
Bunker Pop
Luis Muñoz Oliveira no planeaba que un ensayo sobre filosofía y ética se metiera en el camino entre su primera y su segunda novela. Fue Leonardo da Jandra, una de las mentes creativas detrás del catálogo de Almadía, quien sugirió el tema a mitad de una conversación casual, en una feria del libro: “Luis, ¿por qué no escribes algo sobre la tolerancia?”; la idea no era descabellada. Después de todo Luis, profesor de ética e investigador en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, no era ajeno al tema ni carecía de antecedentes, pero ¿el ensayo teórico de un académico en Almadía, una editorial de vena plenamente literaria? Bueno, ¿por qué no? El resultado: “La fragilidad del campamento: un ensayo sobre el papel de la tolerancia” se coló de inmediato entre los 40 libros más vendidos de la cadena de librerías más popular de la capital, ahí donde se arremolinan Dan Brown, Erich Fromm, “Cazadores de Sombras” o las mil 500 sombras de Grey.
Y Luis parece estar disfrutando la respuesta de sus lectores más que el éxito del libro mismo: la tolerancia es un tema candente y urgente, pero tan manoseado por los discursos públicos, que parece imposible que alguien tenga algo nuevo que decir al respecto. Pero lo “nuevo”, en el libro de Muñoz Oliveira no son las ideas sino la perspectiva de abordarlas como una narración histórica: la tolerancia como una necesidad común a todas las épocas (del medioevo a la Ilustración, del fascismo a las democracias, de la prehistoria a nuestros días) y como una construcción permanente, siempre cambiante: cada época parece elaborar sus propios límites de lo que es o no es tolerable; cada cual entiende la tolerancia poniéndose a sí mismo en el centro. Primer gran error. Y también el más común.
“La primera gran pregunta de la ética es ¿cómo debemos vivir?”, recapitula Muñoz Oliveira. La segunda, tan importante como la otra, podría ser: ¿cómo debemos dejar que vivan los demás para que podamos vivir juntos? y es que la tolerancia siempre es una pugna de derecho contra derecho: la eterna discusión por definir, jurídica y socialmente, donde termina mi territorio y donde empieza el del otro: ¿puede un negro sentarse junto a mi en el autobús? ¿puede un estado intervenir militarme en otro para detener un genocidio? ¿puede alguien bloquear la calle que utilizo para llegar a trabajar?; para Luis, estos no son tanto problemas a resolver sino oportunidades de oro para indagar en la naturaleza de lo que somos como entes sociales e individuales a la vez. Volver a formular las grandes preguntas. Cuestionar, indagar y proponer desde la lógica, desde la ética y desde un pensamiento político sólido, ágil, inteligente, profundamente humano.
“Si viviéramos bajo otras formas de gobierno, como el autoritarismo, la tolerancia no sería necesaria: habría un límite establecido para lo que se debe o no se debe hacer. Pero elegimos vivir en democracia, queremos vivir en una democracia fuerte, donde estos límites son más difusos, y es ahí donde se vuelve necesaria la tolerancia: mientras el autoritarismo exige individuos sumisos para funcionar bien, la democracia es muy exigente con sus ciudadanos: pide mucho de ellos”, resume el autor al conversar con Búnker: “en otras épocas, el núcleo de la fuerza de un estado residía, por ejemplo, en la monarquía, que requería protecciones físicas como murallas alrededor de las ciudades, castillos con puentes levadizos o ejércitos. En nuestros días, idealmente, la fuerza de un estado reside en la democracia, pero la democracia no es algo físico, no “reside” en un lugar, entonces ¿cómo la protegemos de los ataques?”
“La fragilidad del campamento” toma de ahí su título, de la naturaleza frágil de nuestras sociedades democráticas (“que siguen siendo tribus viviendo en campamentos”), que deben cuidarse y vigilarse de manera constante; de lo contrario, se quiebran a la menor oportunidad. Ejemplos sobran. El libro escarba continuamente, capítulo tras capítulo, en preguntas y reflexiones como la anterior. Para responderlas recurre a una galería ecléctica de pensadores, de Amartya Sen a Calvino, de Séneca a Stefan Zweig, de Habermas a Victoria Camps y de Aristóteles a Pierre Bordieu. No se muestra adherente de ninguno sino conversador con todos; de entre tantas verdades relativas, espera extraer una verdad en consenso: meta imposible. Pero en momentos lo logra.
L. M. Olivieira (como firma este libro en la portada) apuesta por el diálogo como fuerza central y motora de la democracia, “aunque es también una de sus caras más desprotegidas o endebles: si se entiende mal, el diálogo puede dar cabida a voces no democráticas; puede volverse, de alguna forma, tolerante con la intolerancia, tolerante con lo que es dañino para la propia democracia.” Ahí reside la inteligencia del debate público: estar alerta a este tipo de trampas o espejos falsos.
Para Luis Muñoz lo que sigue es ponerle punto final a su segunda novela a inicios del año entrante, alcanzar esa “luz al final del túnel” que es la segunda publicación. Sigue dando clases y escribiendo en las tardes “escuchando música sin letra, porque me distraigo”; lo entusiasma el diálogo constante con sus alumnos y la libertad que le brinda la cátedra universitaria. Mientras tanto, disfruta entusiasmado el nacimiento de este segundo hijo de papel y se acostumbra poco a poco al interés que empieza a despertar. Ante la pregunta sobre cómo se define, si como académico, narrador o ensayista, responde de inmediato: “me defino como una persona que disfruta conversar. Por eso no salgo nunca a bares con la música muy alta o mucho ruido. Prefiero cualquier espacio que no exija gritar para que el otro te escuche”. Sin quererlo, acaba de definir lo que entiende por tolerancia.