Por América Pacheco
Animalpolítico.com
El profesor de ética en la Universidad Autónoma Autónoma de México, Luis Muñoz Oliveira, publicó a principios de este año el libro “La razonabilidad, virtud de la democracia” (Editorial Porrúa), material que considero indispensable para comprender el fenómeno caótico que estamos experimentando como sociedad justo ahora. Luis defiende la virtud de ser razonable marcando los límites de lo que se debe tolerar porque justamente, la tolerancia defiende el espacio público donde los razonables puedan ser libres y resolver sus diferencias: “Aquel que es razonable se refrena con prudencia, escucha y coopera de acuerdo al debate que se lleva a cabo en el seno de la vida democrática”. Cito un fragmento: “la razonabilidad es la virtud más importante de los ciudadanos democráticos. Sin ella, la democracia se vuelve precaria, pues constituye una forma de actuar que rechaza la humillación y la violencia, y que constituye un” nosotros ” de diversos que entienden que los “otros” no son aquellos que piensan, creen , sienten, comen, aman y viven distinto. Los “irrazonables”, los “otros”, son aquellos que se niegan a cooperar –ser parte del “nosotros”- y creen que su verdad, la Verdad, es universal e irrefutable. Ese es el camino de las espadas, de la guerra entre religiones y culturas, es la negación de la libertad.”
Victoria Camps mencionó en el prólogo de este libro una enorme verdad: “una sociedad bien ordenada, es aquella que es gobernada teniendo como norte y como guía los principios de la justicia” Haciendo uso de la racionalidad y la razonabilidad deberá ser más fácil conseguir que tanto las instituciones se vuelvan más justas y progresar en al construcción de una virtuosísima “razón pública”. Con coraje y crítica, sí,  pero haciendo uso nuestro mejor esfuerzo en materia de tolerancia.
Probablemente muchos de ustedes lo ignoren, pero hace un año, Luis y yo, pertenecimos a un grupo entusiasta de activistas que, en consenso y apoyo de gente talentosa, prestigiada e indignada de este país, consideró inadmisible la permanencia de la Diputada Petista Edith Ruiz Mendicuti en la presidencia de la Comisión de Cultura de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal ante su flagrante ignorancia y nula capacidad  ética para representar la cultura de la ciudad más grande de este país. Lo conseguimos y no fue fácil. El triunfo no fue gratuito: nos costó trabajo adicional al que desarrollamos habitualmente, nos reunimos para intercambiar ideas, para construir propuestas, acudimos a presionar directamente a la presidenta de la ALDF, con argumentos lúcidos, apelando e exigiendo un estricto apego a los reglamentos orgánicos de la asamblea. Estudiamos la ley, usamos sus propias reglamentaciones para sustentar nuestras exigencias. Todo conforme a derecho.
 Se puede exigir y conseguir triunfos, estoy convencida de ello, pero  necesitamos encausar nuestro reclamo por las vía correcta. El grito desaforado no es acción, el movimiento social va más allá de la buena voluntad. Gritemos, sí, pero también usemos las herramientas de nuestra democracia, porque a pesar de su imperfección y rezago, existe. Hagámosla valer con inteligencia para no quedarnos en la mera descalificación, el repudio, la bella postal. Conozcamos las leyes, encontremos en ellas sus debilidades que son las que provocan tanta ambigüedad en su aplicación y sano ejercicio.
 Es difícil esperar que los más desamparados analicen el futuro de su realidad seis años en el tiempo, cuando ellos carecen de todo, principalmente de realidad.  La indignación de aquellos que desde su templete moral, fustigaron sin piedad a los que osaron “condenar” la venta de su conciencia, me resultó más indignante, por egoísta. ¿Acaso es una exigencia o requisito inalterable entre las personas pobres y marginadas, ser honradas? ¿Las desviaciones morales, tienen patente de la clase privilegiada, porque en ellos es natural verles portar el impecable traje de corrupción?. Descalificaciones del tipo: “los pobres deben ser gente honrada, no comportarse como sucios vende patrias” lastiman porque descalificando, restamos en civilidad, y sumamos a granel en intolerancia, porque el clasismo feroz que provoca un daño invisible, pero efectivo al progreso de la izquierda en este país.
 No podemos estar hablando de un ejercicio maduro en el campo de la ética, en terrenos de la desigualdad, en dominios del hambre implacable que embiste con maestría con el uso salvaje de cornadas letales, y en complicidad del más indigno de los silencios.